¿Oíste alguna vez del granjero de Nínive que podía entender el lenguaje de los
animales? No es la clase de cuentos que a los hombres les gusta contar sobre la forja de los fundidores de bronce. Te lo contaré, pues deberías saber que prestar y pedir prestado es más que pasar el oro de las manos de uno a las manos de otro.
animales? No es la clase de cuentos que a los hombres les gusta contar sobre la forja de los fundidores de bronce. Te lo contaré, pues deberías saber que prestar y pedir prestado es más que pasar el oro de las manos de uno a las manos de otro.
Este granjero, quien podía entender que los animales se decían uno al otro, se
demoraba en el patio de la granja todas las noches simplemente para escuchar sus palabras. Una noche escuchó al buey quejarse con el asno de la dureza de su suerte:
–No importa qué tan caliente esté el día, o qué tan cansadas estén mis piernas, o
cuánto roza el yugo mi cuello, yo debo trabajar. En cambio, tú eres una criatura para el ocio. Te enjaezan con una colorida manta y no haces más que llevar a nuestro amo a dónde él desee ir. Cuando él no va a ninguna parte, descansas y comes la verde hierba todo el día.
El burro, a pesar de sus perversas pezuñas, era un buen compañero y simpatizaba con el buey.
–Mi buen amigo –dijo--, trabajas muy duro y te ayudaré a disminuir tu carga. Por lo tanto, te diré cómo puedes tener un día de descanso. En la mañana, cuando el esclavo venga por ti para arar, tírate en el suelo y muge mucho, para que él pueda decir que estás enfermo y no puedes trabajar.
Así fue como el buey tomó el consejo del burro, y a la mañana siguiente el esclavo regresó con el granjero y le dijo que el buey estaba enfermo y no podía jalar el arado.
–Entonces –dijo el granjero—engancha el burro al arado, pues la labranza debe
continuar.
Todo el día el burro, quien solamente había intentado ayudar a su amigo, se encontró obligado a hacer él mismo la tarea del buey. Cuando llegó la noche y fue liberado del arado, su corazón estaba amargado, sus piernas estaban cansadas y su cuello estaba dolorido donde el yugo lo había rozado.
El granjero se demoró en el granero para escuchar.
El buey comenzó primero:
–Eres un buen amigo, porque con tu sabio consejo he disfrutado de un día de
descanso.
–Y yo –replicó el burro, soy como muchos otros ingenuos que comienzan a ayudar a un amigo y terminan por hacerle su tarea. Por lo tanto, estira tu propio arado, pues oí que el amo decía al esclavo que buscara al carnicero si sigues enfermo. Ojalá lo haga, pues eres un tipo flojo.
Desde entonces no se hablaron más. Esto terminó su amistad. ¿Puedes decirme la moraleja de este cuento, Rodan?
–Es un buen cuento –respondió--, pero no veo la moraleja.
–Pensé que no la encontrarías. Pues está allí y es demasiado sencilla. Simplemente esto: si deseas ayudar a tu amigo, hazlo en una forma que no caiga sobre ti la carga de tu amigo.
El Hombre mas rico de Babilonia, George S. Classon.


















